Relato de Paco Lozano publicado originalmente en Viajesyfotos.net

El 4 de Julio de 2006 llegamos a Oslo. Teníamos reservado un coche de alquiler en el aeropuerto con Europcar, y nos entregaron un Nissan Micra (inadecuado para un largo recorrido por el país… y raro, muy raro). Con él nos dirigimos al Grand Hotel, situado junto al Parlamento, en el mismo centro de la ciudad. El hotel estaba lleno y, después de haber pasado un buen rato en el garaje intentando, con la amable colaboración del botones y el encargado, abrir el maletero del Nissan para sacar el equipaje (cosa que al final logramos), nos dieron una habitación para minusválidos. Aclaración para el lector: el paso del tiempo nos ha deteriorado bastante, pero no lo suficiente como para alcanzar la categoría de minusválidos.
El baño adaptado para minusválidos resultaba un poco incómodo.
Dedicamos el día siguiente a recorrer Oslo (ciudad pequeña, tranquila y sin demasiada historia) a pie.

El día 6 de Julio, después de haber pagado 550 coronas (69 €) por dos días de parking (me refiero al parking del coche, no al nuestro -que lo teníamos pagado de antemano-), descubrimos que el Nissan arranca sin llave de contacto y que tiene roto el sistema de apertura del maletero. El segundo descubrimiento nos preocupa más que el primero, porque tenemos las maletas dentro y no sabemos cuándo podremos sacarlas. Durante todo el día, viajamos hacia Bergen atravesando el país de Este a Oeste. El maletero sigue cerrado como una ostra.
Bergen
Hay una oficina de Europcar en el aeropuerto de Bergen, y hacia allí nos dirigimos con la esperanza de que aún esté abierta. Lo está. El empleado nos dice que no tiene ningún coche disponible, pero que volvamos mañana, que hablará con su «boss» y verá si nos lo pueden cambiar. Hemos conseguido sacar las maletas y las hemos colocado en el asiento trasero para no tener problemas al llegar al hotel.

La habitación que nos dan en el First Marin de Bergen es cómoda y agradable. Esta vez no es para minusválidos. Después de dejar el coche en un parking cercano, paseamos por Bryggen, la pintoresca orilla oriental del antiguo puerto de Bergen, y cenamos en una terraza junto a los muelles. Por fin estamos disfrutando del viaje. Mientras cenamos (recordemos: julio + hemisferio Norte = pleno verano) encienden la calefacción eléctrica de la terraza.
Al día siguiente, desayuno a base de pescado en el buffet del First. Mientras recolectas el salmón, los arenques y el atún, luchas por despegarte del suelo, al que te quedas adherido debido a los residuos de tiempos pasados que en él se acumulan. Noruega, ciertamente, no resistiría la prueba del algodón (después de tres días en el país, me creo en condiciones de asegurarlo).

Después de desayunar, visitamos el Mercado del Pescado, uno de los pocos lugares de Noruega en que no es necesario hablar inglés (merced a los numerosos estudiantes españoles y latinoamericanos que allí se ganan unas coronas). Después recorremos de nuevo Bryggen hasta llegar a Bergenhus Festning, la fortaleza que antiguamente defendía el puerto. Allí visitamos el Hakonshallen, del que dicen que es el edificio gótico más bello de Noruega. Bonito es, sin duda. Construido en el siglo XIII, fue restaurado a finales del XIX y nuevamente en el XX, después de haber sufrido graves daños a consecuencia de la explosión de un barco alemán en 1944.
Más tarde, vamos al aeropuerto a que nos cambien el Nissan por un coche con maletero practicable. Allí nos encontramos con el «boss» en persona, que resulta ser una mujer (rubia, por supuesto). La «boss» nos dice que no tiene coches disponibles, y nos propone que llevemos el coche a un taller. No doy crédito a lo que estoy oyendo y me lo hago repetir. Efectivamente, había entendido bien (¿¿¿¥щЖļ!!!). Como no nos ve muy dispuestos a emplear la mayor parte de lo que queda de día en reparar su coche, la «boss» descuelga el teléfono y habla con la oficina que Europcar tiene en el centro de Bergen, para, a continuación, decirnos que allí tienen un coche listo para nosotros.
Allá vamos. En la oficina, nos recibe un chino («¿Que les han dicho en la oficina del aeropuerto que aquí les cambiábamos el coche? Bueno, vuelvan a aeropuerto… ¡Eh, que es broma!»). Después de un rato de espera, amenizado por las bromas del chino, nos cambian el Nissan por un Volkswagen Polo.
Llevamos el Polo al parking y, después de una comida rápida, nos encaminamos a la iglesia románico-normanda de María (Mariakirken). Cuando llegamos, la empleada de la puerta nos dice que quedan tres minutos para cerrar y nos deja entrar sin pagar. Con los tres minutos tenemos suficiente para ver la iglesia por dentro, porque lo realmente interesante es el exterior.
Luego, entramos en el Bryggens Museet, levantado para acoger los restos de antiguas casas del puerto, y, bajo la lluvia (que nos acompañará el resto del día), recorremos la ciudad, más allá de Bryggens.
Finalmente, antes de cenar en el Big Horn Steak House que tenemos justo frente a la ventana de nuestra habitación, compramos algunos regalos en un establecimiento sito en una de las casas de madera del puerto viejo.
Sognefjiorden
El 8 de Julio salimos de Bergen hacia Voss, con el propósito de continuar hasta Myrdal para tomar allí el famoso tren Flamsbana y disfrutar su recorrido de alta montaña. Pero la información de que disponemos es incorrecta: no muy lejos de Myrdal nos indican que es imposible llegar hasta allí por carretera. En consecuencia, decidimos:
- Volver por donde hemos venido (¡qué remedio!).
- Comprarnos un buen mapa de carreteras.
- Renunciar al Flamsbana (dado lo avanzado de la hora) y encaminarnos directamente a Gudvangen para tomar el ferry hasta Kaupanger a través del Sognefjorden.
- Considerar la posibilidad de viajar «en grupo» cuando seamos mayores, para evitar inconvenientes como el que acabamos de sufrir.
Después de recorrer el fiordo en el ferry continuamos por carretera hacia Loen, donde pasaremos la noche. De camino hacia esta localidad vemos, no lejos de la carretera, un glaciar. Nos desviamos por un camino de tierra, aparcamos el coche cuando no podemos continuar con él y caminamos, bajo la lluvia, hasta el pie del glaciar. El panorama es impresionante: arriba, la lengua azul del glaciar; ante nosotros, la laguna formada por las aguas procedentes del deshielo; alrededor, montañas y torrentes. Y ni un ser humano a la vista. No tenemos más remedio que descartar la decisión número cuatro de la que dejé constancia seis líneas más arriba.

Loen no es mas que un puñado de casas al fondo de un fiordo. No queremos cenar en el hotel, y en Loen no hay ningún otro sitio para hacerlo, así que cogemos de nuevo el coche y continuamos hasta la cercana Stryn. Allí no hay extranjeros a la vista, y tampoco se ven muchos sitios para cenar. El que nos parece más prometedor tiene un bonito cartel en que se anuncia como restaurante y una terraza entoldada semivacía. Un empleado nos indica que en la terraza no se sirven cenas, y nos invita amablemente a que pasemos al interior. Lo hacemos, y nos encontramos en un pub abarrotado de lugareños que beben cerveza, en medio de un intenso olor a sudor, mientras ven el partido de la jornada del campeonato mundial de fútbol. Pero, afortunadamente, no es ahí donde van a servirnos la cena. Continuamos hasta una sala desangelada y vacía, amueblada con mesas, sillas y un mostrador de autoservicio… en él sólo hay dos o tres mustios bocadillos envueltos en plástico y un cartel que anuncia pizzas. Desde este «comedor» se accede, mediante unas puertas abatibles, a un recinto en el que hay música en directo (es sábado). Nos zampamos un par de pizzas, qué remedio. Supongo que los bebedores de cerveza y los de la fiebre del sábado noche habrán cenado en sus casas.
Geiranger
Al día siguiente, después de desayunar, nos metemos en el coche para viajar hasta Hellesylt. Allí tomamos el ferry que va a llevarnos a Geiranger, después de una hora de navegación por el hermoso fiordo homónimo.

Después de desembarcar, tomamos una carretera de montaña en dirección Norte, y, tras otro trayecto en ferry (esta vez más breve) llegamos a una zona de impresionantes paisajes desolados para, finalmente, bajar por la Trollstigen o «ruta de los trolls», que serpentea en torno a una enorme cascada por la que se despeñan las aguas procedentes del deshielo.
Alesund
Todavía sobrecogidos por los impresionantes paisajes que hemos contemplado, llegamos a Alesund, ciudad que, como Estocolmo, ha sido construida sobre un conjunto de islas. Es temprano, y decidimos llegarnos a la cercana Giske, una pequeña isla a la que se accede a través de un túnel submarino de peaje y un puente. Giske, pequeña, rural y llana, deja que contemplemos sus casas alineadas a lo largo de los desiertos viales que la atraviesan y su iglesia del siglo XIII, sorprendentemente pintada de blanco. Regresamos a Alesund, aparcamos el coche y salimos a cenar. En las calles del centro, nos cruzamos con sucesivas oleadas de seguidores del equipo local de fútbol, todos uniformados con camisetas de color naranja. Por las caras que traen, parece que su equipo ha perdido; pero, tratándose de noruegos, no me atrevería a apostar.Bueno, parece que para la cena sólo hay dos posibilidades: Peppe’s Pizza o McDonalds. Si se puede elegir, preferimos la comida rápida «noruega» a la americana, así que nos decantamos por la primera opción. Nos sentamos a la mesa y hacemos nuestro pedido. Nos llevan las cervezas. Media hora después, nos levantamos de la mesa para buscar a la camarera (que no parece tener la menor intención de hacerse visible para nosotros) y le preguntamos por el pedido. «It’s coming», contesta. Pasa otro cuarto de hora sin que haya hecho acto de presencia. El restaurante, o, mejor dicho, el sector de él que vemos desde nuestra mesa, se ha quedado casi vacío. Nos levantamos y vamos a ver qué ocurre… y encontramos una fila de nativos, delante del mostrador que hay a la entrada, esperando sus pizzas para llevar. Es domingo, y hoy se juega la final del campeonato mundial de fútbol. Podríamos haber estado esperando toda la noche, porque, como es evidente, primero van los clientes habituales…Lo más sorprendente es que, al preguntar mi mujer cuánto valen las cervezas (para pagarlas antes de marcharnos), la camarera le responde… que espere. Pero no estamos muy dispuestos a esperar, porque nuestro cupo diario de paciencia se ha agotado. Al darse cuenta de ello, la camarera nos dice que no debemos nada, que «it’s all right». Salimos del local en medio de las miradas de asombro de los parroquianos que esperan sus pizzas, a quienes nuestro comportamiento debe de haberles parecido demasiado mediterráneo, y acabamos cenando en un McDonalds vacío atendido por una empleada que tiene prisa por cerrar. Y llegamos a tiempo de ver el final de la prórroga y las tandas de penaltis en nuestra habitación del hotel.
Trondheim

Al día siguiente viajamos hasta Trondheim, que es una bonita ciudad con una catedral gótica, casas de madera (palafitos) en ambas orillas del río Nidelva, una fortaleza (Kristiansen Festning) desde la que se ve toda la ciudad y animadas calles en el centro urbano. La ventana de la habitación de nuestro hotel, el Clarion Grand Olav (4 estrellas), da al interior de un centro comercial. El hotel está en proceso de remodelación, y el desayuno se sirve junto al mostrador de recepción. En fin, creo que a estas alturas del relato debe de haber quedado claro que la hostelería no es el punto fuerte de Noruega.
Roros

El 12 de Julio continuamos viaje hasta Roros, antigua localidad minera. Llegamos a mediodía. En el Hotel Bergstadens nos dicen que la habitación no está preparada, que lo estará sobre las 3. Eso sí, nos permiten dejar el equipaje en el guardarropa. Roros es un pequeño pueblo, que se levanta en torno a dos calles y una iglesia, así que nos vamos a visitar la antigua mina, que está a 13 km. Allí nos dicen que tenemos casi una hora de espera hasta el comienzo de la próxima visita guiada. Tenemos tiempo de comer algo, y con esa intención vamos al kafe, que es el lugar donde se concentran los que esperan para visitar la mina. Pero lo único que hay de comer en el kafe son una especie de crêpes sin relleno de aspecto nada apetecible, y decidimos conformarnos con un café (???) de puchero. Luego hacemos la visita guiada en inglés, acompañados sólo de una familia alemana y, por supuesto, de la simpática guía local (la visita guiada en noruego, en cambio, está muy concurrida). Los paisajes de la comarca minera son impresionantes. De vuelta en Roros, paseamos de nuevo por el pueblo, vamos de compras al centro comercial y, finalmente, cenamos en el restaurante del Hotel Bergstadens. La carta está únicamente en noruego, y, tras intentar (con escaso éxito) que la camarera nos explique en qué consisten algunos de los platos, nos decidimos por el snitzel y el burrito. Y… ¡sorpresa! El burrito que trae la camarera consiste en vegetales y trozos de pollo hervido colocados sobre una tortilla mejicana. Sin aliñar. Para llegar a nuestra habitación tenemos que subir un tramo de escaleras cargando con el equipaje (no hay ascensor). Pero pensamos que hemos tenido suerte, porque nos ha tocado la primera planta.
Lillehammer
La última etapa de nuestro viaje es Lillehammer, pequeña ciudad conocida porque en ella se celebraron los Juegos Olímpicos de Invierno de 1994. No vamos directamente hasta allí, sino que damos un rodeo para recorrer la ruta llamada Peer Gyntveien, una carretera sin asfaltar que atraviesa un paisaje alpino salpicado de casas de veraneo. Llegamos a Lillehammer a más de las cuatro, y, sin pasar por el hotel, nos encaminamos al parque Maihaugen, donde se encuentra el museo al aire libre formado por edificios antiguos que han sido trasladados y reconstruidos aquí y albergan mobiliario y enseres domésticos de la época. Entre estos edificios destaca la iglesia de madera de Garmo, cuyo origen se remonta a los siglos XI y XII, y cuya historia nos explica exhaustivamente, en inglés, una chica con aire de iluminada, vestida de época, que parece disfrutar con su trabajo. Salimos de Maihaugen y nos dirigimos al hotel, que está casi al lado. En el hotel, el Radisson SAS, nos dan una habitación en la última planta. El ascensor sólo llega hasta la penúltima, así que también aquí tenemos que subir un tramo de escaleras cargando con el equipaje. Bueno, ya estamos acostumbrados.

Y luego bajamos a la ciudad, que parece tener una sola calle principal, cuyo tramo central está reservado a los peatones. Buscamos dónde cenar y el lugar más prometedor que vemos lleva el nombre de Peppe’s Pizza. Entramos, y nos atiende una chica amable y eficaz, que nos permite disfrutar de la cena y regresar al hotel con tiempo suficiente para dormir algo antes de viajar al aeropuerto de Oslo y tomar el avión de vuelta.